Los
grandes ojos verdes de Amy se mantenían enfocados en la hoja del cuchillo que
apuntaba en su dirección. Las ataduras de sus manos dolían menos, aunque no
dejaba ser incomodo estar amarrada con los brazo en la espalda en aquella
silla. El dolor había cedido quizás porque su entrenamiento la había condicionado
para buscar una salida de aquella situación, pero su inquietud ante la
presencia de una persona tan inestable le dificultaba la elaboración de un
plan. Pero por mucho, lo que más le incomodaba de todo era pensar que seis años
después todavía no pudiesen tener una navidad en paz. ¿Cómo había cambiado todo
tan drásticamente? Si apenas el día anterior se presagiaba una recepción de año
nuevo tranquila.
La
víspera de año nuevo es una fecha llena de encuentros, amigos, fiesta y
regalos, y esta no sería la excepción… o eso pensó Steven mientras corría
contra el reloj para pasar por Amy al aeropuerto. Ya hacía un año exacto que no
la veía y seis desde aquel incidente fatal que cambiaría sus vidas la noche
donde, después de una serie de sucesos inesperados, terminó con el
fallecimiento de Larry, cuyos recuerdos quedaron calados en sus mentes y corazones.
Este
año sería especial ya que se reunirían como lo habían hecho en los anteriores:
en casa de Jerry y Rebecca para hacer un justo homenaje al chico de cálida
sonrisa y mente perspicaz que tanto extrañaban, a diferencia de que esta vez
todos habían confirmado su presencia. Desde aquel fatídico día del funeral del
muchacho, nunca habían podido coincidir en el mismo lugar, hasta esta víspera
de año nuevo, donde todos habían hecho un paréntesis en sus vidas para asistir
a la reunión, desde Amy y Raúl que trabajaban en Seattle, hasta Ruby que se
encontraba de Gira por Europa, todos juntos para pasar navidades como la gran
familia en la que se convirtieron aquella noche, que pese al cliché de esta
frase, habría de tornarse muy literal puesto que esa noche se presenció el
compromiso de Jerry y Rebecca, para posteriormente estar felizmente casados y
recibir a la bella Lorraine su hija de cinco años James y Danna luego de esa
noche tuvieron una relación muy cercana que se transformó, para sorpresa de
todos, en matrimonio solo dos años más tarde y ahora están en la dulce espera
de la pequeña Rotty; luego estaba Steven, quien después de mucho insistir, dejo
ir a Amy a Seattle y se dedicó a cuidar a Rubby en su recuperación con quien
mantuvo una relación a distancia por algún tiempo, antes de definir que no
podían sostenerla y continuar como los buenos amigos que siempre fueron, posteriormente
habrían de intentar un par de relaciones cada una más infructuosa que las
anterior, ahora Steven al cual los años no le habían pasado en balde, había
fortalecido su cuerpo con una disciplinada rutina de ejercicio, por lo que no
le costaba atraer a las mujeres, además de mantener un buen trabajo como
administrador de las propiedades de Jack, quien desde que vio sus atenciones
hacia Ruby, lo adoptó como un hijo propio.
– ¡Dios Tev! Aun sigues llegando tarde a todo
— dijo Amy con dulzura en su voz.
Steven
había llegado justo a tiempo para buscarla, pues había hecho un largo viaje
desde Seattle, donde tenía un puesto como parte del equipo de inteligencia de
la CIA, que lejos de ser el trabajo de campo lleno de acción que se espera
cuando se escucha hablar de estos agentes de la ley, el de Amy era el arduo trabajo
de rastrear telecomunicaciones, estos anónimos sin los cuales todo el trabajo
de campo y e investigación no sería posible. No le había costado obtener el
puesto gracias a que su trabajo era impecable, sin tomar en cuenta que la bien
proporcionada rubia solía atraer más de una mirada cuando llegaba a la oficina,
lo cual la había hecho merecer uno que otro altercado, sin embargo había
logrado tener un par de relaciones amorosas que no resultaron en nada a razón de
que el horario y las exigencias de su trabajo no le permitían mantener una relación
seria a tiempo completo; pese a eso, su última relación había tenido un
misterioso éxito puesto a que se trataba de otro agente que la comprendía ya
que se encontraba en la misma situación, y aunque esta relación no podía
considerarse algo estable, algo era seguro, el corazón de Amy era recorrido por
un extraño jubilo cada que tenía la oportunidad de ver a Steven. Entre ellos es
como si el tiempo de hubiera detenido y solo hiciera pausas mientras se
encontraban distanciados y en el momento en el cual coincidían volvían a ser
aquellos mejores amigos inseparables de siempre.
–Pero Am, si
he llegado justo a tiempo — exclamó Steven algo indignado para luego avanzar
con brazos extendidos hacia Amy quien se
fundió en un abrazo con él
–Acaso
insinúas que yo llegue antes – le dijo Amy quien le dio un golpe juguetón en el
brazo.
–Lo siento
oficial, olvidé que no le puedo discutir a una agente de la CIA – Dijo Steven
con una sonrisa amigable, la misma que aparecía cada vez que estaba con Amy y
no se desprendía de su rostro hasta que se despedían. – Bueno es hora que te
lleve a casa – Agregó tomando las maletas y poniéndose en marcha.
–Mis
papas tienen tanto tiempo que no me ven que temo que literalmente les de un
infarto – Dijo Amy con tono que parecía ser medio en broma medio en serio.
–Becca,
Steven me acaba de avisar que Amy ya
está en casa de sus padres. Así que creo que solo falta que llegue Raúl y todos
estarán aquí mañana en la noche – Informó Jerry levantando la mirada del teléfono
celular para ver a su atareada esposa ir de un lado a otro de la casa
asegurándose que todo estuviera en orden, ella al pasar junto a Jerry empezó a
balbucear una respuesta sobre la cantidad de pavo, que fue cortada por el profundo
beso que le propinó su marido mientas la alzaba por la cintura, solo para
terminar con un beso en su nariz – Todo estará perfecto porque eres la mejor
cocinera de toda la ciudad preciosa – Ella sonrió mientras él la bajaba.
– ¿Drew
sigue en casa de Danna? – Dijo Rebeca a su esposo en un tono mas alarmado del
que pretendía.
–Si aún
esta con ella y Lorraine. Esa niña no se separa de la panza de Danna, sabes que
ama jugar con la nueva bebe – Dijo Jerry tan despreocupado como siempre siguiéndola
a la cocina.
– ¿Crees
que debamos decirle a los chicos lo de la foto? – Preguntó Rebecca deteniéndose
en mitad de la cocina. – Me crispa los nervios, quisiera decírselo, sobre todo
a Amy, ya que trabaja para la CIA
–No la tortures, quizás solo sea una mala broma –
Dijo Jerry en tono pensativo, aunque incluso él dudaba si decirlo a sus amigos o
no. La manera en que habían dejado esa foto en un sobre bajo lo puerta lo
mantenía intrigado, más porque en la foto de esa noche en las que se veían
Steven, Larry, Amy y Becca la cara de Amy estaba quemada y el sobre estaba
firmado solo por una “S” en uno de sus bordes.
–Si
solo fue una broma, fue de muy mal gusto – Sentenció Rebecca en un tono algo
ansioso y volvió a sus labores.
Aunque sabía que no debía hacerlo,
Curtis trataba de organizar los documentos hasta el momento dispersos sobre el
asiento del copiloto mientras conducía a prisa por el centro de la ciudad para
no llegar tarde al ayuntamiento. Aquella tarde debió suspender la práctica del
equipo de baloncesto del que era entrenador para asistir a una reunión con los
representantes del departamento de hacienda.
–Es porque
soy negro lo sé. – Refunfuñaba mientras avanzaba por una calle medianamente
concurrida. – Si fuese James seguro que no habría problema con mis finanzas.
Curtis podía no ser el hombre más
organizado ni el más diestro en cuestiones matemáticas, pero su atención y
habilidad para los negocios hacían que mantener una tienda deportiva fuese pan
comido para él solo con un par de empleados.
El hombre aparto la vista del camino
solo un segundo de la carretera para recoger una factura que había caído al
piso, y tras volver al camino se encontró con un hombre de pie en medio de la
carretera, razón por la cual debió pisar con fuerza el freno para no atropellar
al irracional individuo que se mantenía firme en su lugar, con las manos dentro
del suéter, la cara gacha oculta por una gorra y la cabeza cubierta por la
capucha de su abrigo, ausente del posible arrollamiento del que podía ser
víctima. Las llantas hicieron un ruido agudo al derrapar sobre el asfalto lleno
de nieve y detenerse a pocos metros del extraño, tras lo cual Curtis no dudó un
segundo en salir del vehículo mientras el hombre se apartaba de en medio.
– ¡Imbécil!
– Gritó dominado por el miedo y la irritación causada.
El moreno estaba dispuesto a
proferir más insultos en contra de aquel corpulento hombre causante de su impresión,
pero unos intensos ojos azules lo observaron desde la oscuridad debajo de la
visera y no pudo evitar la sensación de una mirada familiar en ellos. El
impacto fue tal que no reaccionó hasta que el hombre se perdió calle abajo y el
ruido del claxon de los autos detrás del suyo le hizo volver en sí. Subió a su modesto
sedan, puso en marcha el motor y arrancó muy despacio.
–Será
posible que… – Se dijo a sí mismo. – Parezco el propio imbécil. Él está preso. –
Aquellas palabras lo reconfortaron. – Y yo estoy loco. – Se dijo al notar que
hablaba consigo mismo.
Curtis regresó a su labor de
organizar los documentos mientras repasaba mentalmente las palabras que diría al
inspector de hacienda sobre como su color de piel afectaba sus negocios gracias
a los prejuicios de los entes gubernamentales.
By: Gen Ella Flores

